martes, 22 de junio de 2010

Corazones rotos y otros trastes cotidianos

Alguna vez me encontraba en un parque cavilando sobre las angustias que trae consigo la edad. Los juegos, la escuela, las chicas, el golpe de papá, el reclamo de mamá; la universidad, el matrimonio, las úlceras gástricas, los divorcios, los hijos no deseados, los padres indeseables; un sinnúmero de ideas consolidadas a lo largo de estos 16 años. Pensar a futuro y extirpar barros es un placer que me resulta inevitable. Era darle rienda suelta a los sueños mientras le halaba la correa a la realidad.

Deshojaba dientes de león con suspiros, veía como volaban sus partes y como estas se combinaban con el aire, con el humo, con el viento. Frotaba con lascivia mi lámpara de carne, permitiéndole al cuerpo abrir paso al gran genio lechoso. En fin, estas aventuras adolescentes marcan un paso importante en mi vida; la familia, los amigos, el primer amor y todas esas cosas materiales las dejé a un lado por una soda helada y un cigarrillo fumado a medias, con el afán de no ser sorprendido por la nana en el antejardín.

Mi ímpetu de honestidad me permitía ser libre. Al contrario de otros, yo me ufanaba en silencio al poder pisar con firmeza sobre estas arenas movedizas a las que trataron de condenarme. Besaba con pasión y con prisa, besaba con furia y con la boca, por supuesto. Otros se hundían con el paso de los días por la levedad de sus ideas. Sentía vergüenza por la sociedad, era como tragar un pez sin carne que se aferraba en mi garganta con sus espinas.

La censura llegó para los insensatos, para los débiles. Salir del closet era un pecado, una herejía. Fueron condenados por la naturaleza, por el miedo. Los más aptos resolvieron salir del closet; aunque para ser más exactos salieron de sus confesionarios. Algo que aún no entiendo del todo es esa común expresión de colgar los hábitos. ¿Colgar los hábitos?, cómo es eso si yo veía que se vestían con ellos. Sólo queda el recuerdo de la limosna del domingo con la que se pagaba el silencio de una fe traumática.

Mientras contemplo tanto fenómeno desde mi banca, sigo alimentando mi vida de cinismo. Dejo las migajas para quienes aún mendingan un poco de entendimiento sobre las cosas simples. Si me tildan de machista, de insensible, pienso manifestar mi desdén por ese género sin definición, por una opción apaleada durante años, por esa especie pretenciosa que espera reconocer la igualdad mediante acciones abominables.

Si destruyo corazones, si daño vidas, si rompo culos, esa es mi vida. Por lo menos no pretendo dejar de ser yo para darle gusto al resto. Si digo la verdad no es para espantar, es para abofetear un espíritu tangible, un malestar en trance. Si digo la verdad es para que te dejes romper el culo por mí o para que aceptes la verdad

Tu verdad.

Arnold “El Elefante”.