jueves, 9 de septiembre de 2010

Desde mi ventana

Desde mi ventana veo y tomo nota de lo que más puedo. Analizo todas y cada una de las cosas que aprecio con este par de ojos. Esos comportamientos sin importancia para algunos, pero de los que siento un malestar que se merma con lo que escribo.

La ciencia de abrir puertas está dada por los portazos y la forma en cómo los das;
Braulio no sé porqué carajos, pero le tenía el ritmo. Relamía el revés de su mano derecha, esa mano grandota con la que aprendió a matar moscas; y le sacaba filo a los nudillos antes de apuntarle al centro de la puerta. Bobo no era, nació con una técnica innata para golpearlas.

Cuándo se encontraba con esos portones caobas de cedro macizo más de uno se echaba patrás; pero él, si señores, él mismito; inflaba el pecho como paloma de plaza a la espera de una migaja sucia. Este personaje sacudía la cabeza para acomodarse el pelo y con ímpetu se abría paso entre sus amigos; alistaba esa manota grande que les había contado; esa mano grandota y chistosa porque tenía cinco dedos pero el anular era más corto, algo chueco, con una leve forma de T.

Bueno, ¿pero qué les decía?, ah sí, ya me acordé. Braulio Benavides, ese del que les cuento, el menor de siete hermanos, tres muchachas mayores que él, delgaditas y de pelo corto, bueno, ni tan delgadas, una era chaparrita y barrigona; pero esa enanita se ponía una blusa corta para comprar el pan en la tienda y esa blusa que para qué les cuento, le dejaba escapar un trocito de cadera; eso era como para morirse. Y tenía otros tres hermanos menores que él; eso sí, eran altos y de caminar torpe. Yo la verdad nunca los saludaba, me caían mal; tenía que soportar siempre ese saludito de sonrisa lastimera, hipócritas esos.

¿Pero bueno, cómo es que es la cosa?, ah ya, es que ustedes con tanta preguntadera no dejan contar. Braulio Benavides, el de la casa dos por allá en la octava con treinta y siete nació confinado entre rejas verdes y un perro negro chiquito, bien bravo y muelon. Braulio, como les decía, empuñaba la derecha, dejando entre ver los nudillos que formaban los dedos índice y corazón, el anular no, ya les dije porqué, no jodan más; ¿bueno y qué?, ah pues que el fulano este ni impulso tomaba y dos toques suavecitos y que se abría ese portón. La gente corría despavorida y luego volvían al encuentro con Braulio para celebrar la hazaña. Unos le daban que dulces y que no sé que otras vainas, colgandejos y pendejadas. Todo famosito él, se codeaba con las niñas más lindas de la calle octava y séptima; que bobada, dizque por una mano mal formada que abría puertas.

Yo no sé porque les cuento esto, si es rabia o envidia o yo no sé qué será lo que me da. Mi único consuelo es seguir escribiendo; aunque sigo esperando a que llegue mi papá y me acomode el bolígrafo mientras los veo jugar por la ventana; por que eso de nacer sin brazos no es que sea muy chévere.